Serenata del estrangulador by William Irish

Serenata del estrangulador by William Irish

autor:William Irish [Irish, William]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Intriga
editor: ePubLibre
publicado: 1951-01-01T00:00:00+00:00


DIECINUEVE

PARA poder llegar a la oficina del sheriff Prescott primeramente tuvo que rechazar con la palma de su mano muchos pechos, uno tras otro para hacer retroceder a los espectadores. Cerró en sus caras con un golpe la barrera que los separó pues se habían adelantado pisándoles los talones a él y a Bardsley. Estaban ahora tan amontonados en el umbral que el panel de vidrio de la mitad superior de la puerta, cuando esta se cerró de golpe, aplastó las puntas de las narices y de las barbillas.

La multitud todavía no había hecho movimientos hostiles pero había una tensión en ellos que era mezcla de furia y miedo y en manera alguna sentían simpatía al ser que Prescott custodiaba, él mismo no se avenía a llamar a Lon un hombre, sino todo lo más a permanecer meramente neutral para con él.

Bajó la cortina del interior de la puerta, tapando el panel y las caras que parecían pescados asomándose al interior con las bocas partidas y los ojos saltones. Esto a riesgo de ofenderlos y de qué le rompieran el vidrio de una pedrada.

—No me gusta el ambiente —informó a Benson de una manera algo dura—. ¿Puede usted hacer algo?

—Bue… no hay restricción a que se queden afuera en una calle pública. No hacen nada.

—Es tiempo que los disperse —habló el sabihondo Prescott—. Antes de que «hagan» algo.

Estaba ligeramente tenso por todo el asunto. Benson salió y cerró la puerta tras él.

—Estamos examinándolo —explicó con voz natural—, muchachos solamente retrocedan un poco. Despejen la puerta.

—¿Por qué? ¿Lo ponemos nervioso? —se oyó decir a alguien.

—A mí no —respondió Benson—. A ese compañero de la ciudad le gusta que haya espacio libre en la habitación.

—¿Está él a cargo de esto o usted? —fue la siguiente pregunta insidiosa.

—No sea metido —retrucó al preguntón con algo más de firmeza pero manteniéndose totalmente tranquilo—. Ahora váyanse como les dije.

Esperó un momento, luego volvió a abrir la puerta y entró: habían despejado el lugar; la multitud estaba ya a alguna distancia y todavía arrastraban los pies al retirarse.

—Ahora —dijo Benson atacando a Prescott— señor entrometido, si le viene bien a usted empezaremos desde aquí.

Bardsley retrocedió aterrado ante la mano extendida de Benson.

Prescott de alguna manera consiguió interponerse. El «tempo» de su habla fue ligeramente más rápida que la usual.

—Mire, antes de que usted oficialmente lo encierre espere solo un minuto, ¿quiere? Déjelo pendiente.

Alargó el brazo para alcanzar un trozo cualquiera de papel, tomó un lápiz, garabateó, paró y pensó, garabateó, pensó y volvió a pensar. Lo hizo cinco o seis veces.

—¿Qué está haciendo? —preguntó Benson finalmente.

—Estoy por solicitar el privilegio de preguntar a cada una de estas personas, cuyos nombres he puesto aquí, una sola pregunta en presencia de todos ustedes. ¿Me permite hacerlo?

Benson miró la lista de los nombres, la mostró a su hijo y a los demás y la reclamó de vuelta.

—¿Tiene que ver con esto?

—Muchísimo. No solo con el asunto de anoche sino también con el de la noche anterior. Están todos los



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